martes, 9 de abril de 2013

Con intensidad y belleza: el parto que yo recuerdo

Lara durante el trabajo de parto
Foto tomada por David (agosto 2009)

Dedicado a Rosi, la mamita chula mayor

Por: Lara I. López de Jesús

Mi esposo, David, mi hermana menor, Yoana, y mi amiga, Marianne, fotografiaron y grabaron con amor, nerviosismo y quizás con demasiada cercanía algunas de las escenas más intensas de mi parto en casa. David, después de varios meses del nacimiento de Darío, se encargó de convertirlas en un hermoso vídeo que documenta la manera en que nuestro hijo se abrió (dentro, por, sobre y en mí) su propio camino al mundo. He visto varias veces el vídeo, no puedo negar que me fascina y sorprende a la vez, pero, curiosamente, las imágenes y los recuerdos que yo guardo no corresponden del todo a los que allí se encuentran grabados. Es una versión muy real de nuestro parto, claro que sí. Pero el parto que yo recuerdo, el mío, es otra cosa. No tengo palabras para explicar la intensidad y belleza de ese momento. Lo que sigue a continuación es solo un intento por verbalizar y describir la experiencia.

El otro, llamémosle el parto grabado, muestra detalles, objetos y gestos que yo no percibí ni supe que existieron. Allí se observan potes de agua, sábanas, agua oxigenada y otros materiales que yo no recuerdo haberlos visto. Tampoco recuerdo haber estado tan gorda ni despeinada ni tan desnuda, moviéndome de un lado a otro por toda la casa. Realmente me sentía mucho más bonita y en control de todo. El parto grabado, además, revela dolor en mi cara. Y no lo niego, me dolió, pero yo no recuerdo dolor. Durante mi parto yo sentía, no veía ni pensaba. Como en ningún otro momento de mi vida, los recuerdos –más que por imágenes visuales– están colmados y marcados por sensaciones intensas, olores, sonidos y el calor de las manos cariñosas de los seres queridos que me acompañaron.

Rompí un poco de fuente sin haber sentido contracciones a las 6:30pm del sábado, 15 de agosto de 2009. Rápidamente llamamos a la partera, quien nos dijo que nos mantuviéramos tranquilos, que ella pasaría más tarde por la casa a revisarme. A las 10pm estaba con nosotros. Me preguntó si quería que se quedara a dormir, yo asentí con alegría. Las contracciones iban y venían todavía de manera irregular. Las recibí con agua, así como lo había visualizado racionalmente durante el embarazo. Al principio se me hizo fácil acogerlas, respirarlas. Las podía ver azules, las sentía como olas. Poco a poco se hicieron más fuertes, mucho más intensas, pero manejables, gracias, sobre todo, al apoyo de David, quien me acarició, consintió y sostuvo (literalmente) durante todo el proceso. Recuerdo dolor pero más recuerdo la intensidad exagerada de cada contracción en mi cuerpo, y que cada vez eran más frecuentes. Recuerdo también el intervalo de calma entre cada contracción. Un mundo de sueño entre una y otra ola.

Recuerdo mi parto como un largo abrazo con mi esposo, para mí fue una danza amorosa. “Yo amo a este hombre”, fue uno de los pocos pensamientos que tuve. Nueve meses pensando en Darío, tocándome la barriga, sintiéndolo, hablándole, bailándole, llevándolo al mar y no recuerdo haber pensado en él ni un momentito durante todo el proceso. Recuerdo la compañía de nuestra perra, Gaia, su carita mirándome y haberla tocado muchas veces. Recuerdo también las manos calientitas de la partera en mi espalda, masajeándome. Recuerdo su dulce voz pidiéndome permiso para tocarme y revisar los latidos del bebé. Recuerdo, sobre todo, sentirme tranquila al ella decirme que todo iba bien. Todavía me da hambre recordar el olor de la comida preparada por Marianne. Recuerdo la tenue luz de la mañana.

De ahí en adelante recuerdo que llegó mi hermana Yoana, recuerdo también que me quise meter en el baño, que me moví a mi cama y que empezaron las horribles sensaciones de pujo. Espantosas porque recuerdo sequedad, porque sentí que las imágenes de agua se esfumaban, porque ya quería que terminara, que el niño saliera. Me sentí cansada. Recuerdo que dijeron que la cabeza estaba fuera. Recuerdo que escuché esa frase varias veces por mucho tiempo. De repente sentí la voz de la partera que le dijo a Sonia, su asistente, que cogiera el tiempo. Finalmente, recuerdo que salió mi gordo. Recuerdo haberlo reconocido por la manera en que se sentían sus coditos y hombros. Al sentir esas partes de su cuerpecito pensé: “A este bebé yo lo conozco”. Pero de mi boca solo salieron estas palabras: “Bebé yo te amo, bebé yo te amo”. Recuerdo que Sonia nos asistió en la lactancia. Recuerdo la clase hermosa que la partera nos dio sobre la placenta y cómo me comí parte de ella. Recuerdo que seguía perdiendo sangre, que llegaron mis padres, mi hermana Rosaura y mi hermano Fernando. Después recuerdo que llegó el médico y me cosió. Después de eso, a pesar de estar estrasijada y cansada, me sentí con mucha energía y felicidad.

Los días siguientes fueron muy bonitos. Toda mi casa olía a parto, mi orín olía a Darío, Darío olía a mi orín, y eso duró varios meses. Recuerdo sentirme enamorada de mi esposo, recuerdo llorar de alegría. Recuerdo estar muy agradecida y tranquila. Tranquila porque estaba en mi casa con la gente que nos quiere. Agradecida porque mi bebé y yo estuvimos todo el tiempo en salud. Alegre porque nadie me tocó sin yo querer, porque a mi esposo no lo separaron de nosotros en ningún momento, porque no hacía frío, porque grité, me desnudé, cagué, moví y comí lo que quise, porque no me dieron medicamentos ni fui sometida a intervenciones innecesarias, porque Darío nació como él quiso, con respeto, porque su cuerpo encontró su camino dentro del mío, y porque yo estuve ahí para él en un momento en el que uno no sabe nada pero lo sabe todo.

Pienso que tal vez el parto es el momento de mayor contacto físico que una madre tendrá con sus crías. Es un instante de cercanía corporal extrema que no se volverá a repetir entre dos seres. Mi parto activo fue de seis horas, el grabado dura solo 30 minutos, pero ambos me hacen pensar que nacer es un proceso en el que dos seres luchan por la vida de manera distinta, sin mediación racional, pero en comunión absoluta, con intensidad y belleza.

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