Lara durante el trabajo de parto
Foto tomada por David (agosto 2009)
Dedicado a Rosi, la mamita chula mayor
Por: Lara I. López
de Jesús
Mi esposo, David, mi hermana menor,
Yoana, y mi amiga, Marianne, fotografiaron y grabaron con amor, nerviosismo y
quizás con demasiada cercanía algunas de las escenas más intensas de mi parto
en casa. David, después de varios meses del nacimiento de Darío, se encargó de
convertirlas en un hermoso vídeo que documenta la manera en que nuestro hijo se
abrió (dentro, por, sobre y en mí) su propio camino al mundo. He visto varias
veces el vídeo, no puedo negar que me fascina y sorprende a la vez, pero,
curiosamente, las imágenes y los recuerdos que yo guardo no corresponden del
todo a los que allí se encuentran grabados. Es una versión muy real de nuestro parto, claro que sí.
Pero el parto que yo recuerdo, el mío, es otra cosa. No tengo palabras para
explicar la intensidad y belleza de ese momento. Lo que sigue a continuación
es solo un intento por verbalizar y describir la experiencia.
El otro, llamémosle el parto grabado,
muestra detalles, objetos y gestos que yo no percibí ni supe que existieron.
Allí se observan potes de agua, sábanas, agua oxigenada y otros materiales que
yo no recuerdo haberlos visto. Tampoco recuerdo haber estado tan gorda ni
despeinada ni tan desnuda, moviéndome de un lado a otro por toda la casa. Realmente me sentía mucho más bonita y
en control de todo. El parto grabado, además, revela dolor en mi cara. Y no lo niego, me dolió, pero yo no recuerdo
dolor. Durante mi parto yo sentía, no veía ni pensaba. Como en ningún otro
momento de mi vida, los recuerdos –más que por imágenes visuales– están
colmados y marcados por sensaciones intensas, olores, sonidos y el calor de las
manos cariñosas de los seres queridos que me acompañaron.
Rompí un poco de fuente sin haber sentido
contracciones a las 6:30pm del sábado, 15 de agosto de 2009. Rápidamente
llamamos a la partera, quien nos dijo que nos mantuviéramos tranquilos, que
ella pasaría más tarde por la casa a revisarme. A las 10pm estaba con nosotros.
Me preguntó si quería que se quedara a dormir, yo asentí con alegría. Las
contracciones iban y venían todavía de manera irregular. Las recibí con agua,
así como lo había visualizado racionalmente durante el embarazo. Al principio
se me hizo fácil acogerlas, respirarlas. Las podía ver azules, las sentía como
olas. Poco a poco se hicieron más fuertes, mucho más intensas, pero manejables,
gracias, sobre todo, al apoyo de David, quien me acarició, consintió y sostuvo
(literalmente) durante todo el proceso. Recuerdo dolor pero más recuerdo la
intensidad exagerada de cada contracción en mi cuerpo, y que cada vez eran más
frecuentes. Recuerdo también el intervalo de calma entre cada contracción. Un
mundo de sueño entre una y otra ola.
Recuerdo mi parto como un largo abrazo
con mi esposo, para mí fue una danza amorosa. “Yo amo a este hombre”, fue uno
de los pocos pensamientos que tuve. Nueve meses pensando en Darío, tocándome la
barriga, sintiéndolo, hablándole, bailándole, llevándolo al mar y no recuerdo
haber pensado en él ni un momentito durante todo el proceso. Recuerdo la
compañía de nuestra perra, Gaia, su carita mirándome y haberla tocado muchas
veces. Recuerdo también las manos calientitas de la partera en mi espalda,
masajeándome. Recuerdo su dulce voz pidiéndome permiso para tocarme y revisar
los latidos del bebé. Recuerdo, sobre todo, sentirme tranquila al ella decirme
que todo iba bien. Todavía me da hambre recordar el olor de la comida preparada
por Marianne. Recuerdo la tenue luz de la mañana.
De ahí en adelante recuerdo que llegó mi
hermana Yoana, recuerdo también que me quise meter en el baño, que me moví a mi
cama y que empezaron las horribles sensaciones de pujo. Espantosas porque
recuerdo sequedad, porque sentí que las imágenes de agua se esfumaban, porque
ya quería que terminara, que el niño saliera. Me sentí cansada. Recuerdo que
dijeron que la cabeza estaba fuera. Recuerdo que escuché esa frase varias veces
por mucho tiempo. De repente sentí la voz de la partera que le dijo a Sonia, su
asistente, que cogiera el tiempo. Finalmente, recuerdo que salió mi gordo.
Recuerdo haberlo reconocido por la manera en que se sentían sus coditos y
hombros. Al sentir esas partes de su cuerpecito pensé: “A este bebé yo lo
conozco”. Pero de mi boca solo salieron estas palabras: “Bebé yo te amo, bebé
yo te amo”. Recuerdo que Sonia nos asistió en la lactancia. Recuerdo la clase
hermosa que la partera nos dio sobre la placenta y cómo me comí parte de ella.
Recuerdo que seguía perdiendo sangre, que llegaron mis padres, mi hermana
Rosaura y mi hermano Fernando. Después recuerdo que llegó el médico y me cosió.
Después de eso, a pesar de estar estrasijada y cansada, me sentí con mucha
energía y felicidad.
Los días siguientes fueron muy bonitos.
Toda mi casa olía a parto, mi orín olía a Darío, Darío olía a mi orín, y eso
duró varios meses. Recuerdo sentirme enamorada de mi esposo, recuerdo llorar de
alegría. Recuerdo estar muy agradecida y tranquila. Tranquila porque estaba en
mi casa con la gente que nos quiere. Agradecida porque mi bebé y yo estuvimos
todo el tiempo en salud. Alegre porque nadie me tocó sin yo querer, porque a mi
esposo no lo separaron de nosotros en ningún momento, porque no hacía frío,
porque grité, me desnudé, cagué, moví y comí lo que quise, porque no me dieron
medicamentos ni fui sometida a intervenciones innecesarias, porque Darío nació
como él quiso, con respeto, porque su cuerpo encontró su camino dentro del mío,
y porque yo estuve ahí para él en un momento en el que uno no sabe nada pero lo
sabe todo.
Pienso que tal vez el parto es el momento
de mayor contacto físico que una madre tendrá con sus crías. Es un instante de
cercanía corporal extrema que no se volverá a repetir entre dos seres. Mi parto
activo fue de seis horas, el grabado dura solo 30 minutos, pero ambos me hacen
pensar que nacer es un proceso en el que dos seres luchan por la vida de manera
distinta, sin mediación racional, pero en comunión absoluta, con intensidad y
belleza.