Y de una nueva pasión...
Por: Yoana López de Jesús
“Positivo!” Jorge me
dijo sonriendo y mi única reacción fue acostarme en la cama por la debilidad
que sentí. Como toda una planificadora recién graduada quien reconoce la
importancia de los procesos y los planes, tan pronto me pasó ese sentimiento de
temor mezclado con alegría, sentí la necesidad de prepararme para el embarazo y
el parto.
Jorge y yo
esperábamos ese día de parto con mucha emoción. La madre y el bebé nunca más
estarán tan unidos como ese día, luchando ambos por el mismo fin, por eso mi
esposo y yo pensamos que ese instante debe ser vivido y sentido en todas sus
etapas. Leyendo sobre el tema, pronto descubrimos el método Bradley y nos llamó
mucho la atención. El método Bradley enfatiza el enfoque natural del parto y la
participación activa del padre del bebé como ayudante. Uno de los principales
objetivos de este método consiste en evitar la medicación a menos que sea
absolutamente necesaria aunque también insiste en la alimentación sana y
equilibrada, la práctica del ejercicio físico durante el embarazo y las
técnicas de relajación y respiración profunda como formas de afrontar el parto.
El curso de
preparación para el parto según el Método Bradley consiste de 12 clases, por lo
que es recomendable tomarlas comenzando el tercer trimestre de gestación.
Durante este largo periodo compartimos nuestros deseos y miedos con dos parejas
más y con la instructora. Estas horas en donde hacíamos ejercicios prácticos y
de relajación, nos ayudaron además a preparar nuestro plan de parto. Temprano
en el embarazo, y con muy pocas opciones reales, habíamos decidido que nuestro niño
iba a nacer en un hospital pero queríamos pasar la mayor parte del proceso en
nuestra casa, en nuestro ambiente, para de esta manera también disminuir la
presión y las opciones a medicamentos. La mayor parte del entrenamiento fue
relacionado a ese aspecto: ¿cómo podíamos identificar los signos que nos
indicaran que estábamos cercanos a la etapa de pujar? Esa sería la señal que
nos mandaría a ese otro ambiente en donde no tendríamos tanto control.
El plan de parto lo
discutimos con la doctora, quien dijo que nos honraría casi todo excepto que me
tenían que abrir la vena y conectarme al suero por si surgía alguna emergencia.
No sabía que aceptar a ese detalle me iba a afectar tanto en el momento del
parto. Salimos de la oficina de las ginecólogas ese lunes, a cuatro días de mi
fecha estimada de parto, con la noticia de que tenía 1.5 cm de dilatación, así
que decidimos comer e ir a la playa a caminar un ratito y ver el atardecer. La
mañana del martes me despertó con unos dolores diferentes en las contracciones,
las cuales eran más frecuentes que en todos los meses anteriores. Mi esposo
decidió quedarse conmigo ese día en casa para descansar y estar más pendiente.
El día transcurrió entre visita al supermercado- en dónde en medio de una
contracción me tuve que recostar de una góndola por el dolor en la espalda
baja, nalga y pierna (parece que tenía pinchado el nervio ciático)-, siestas, películas,
paseos por el Viejo San Juan y mucho, mucho sudoku- en cuyos papeles
apuntábamos la hora y duración de la contracción. Esa noche, entre la
incertidumbre y las contracciones que iban y venían, no pude dormir muy bien.
El otro día
transcurrió más o menos igual, con contracciones moderadas todo el día, pasaban
cada 5, 10, 15 minutos, aunque a veces se espaceaban cada 30 hasta 45 minutos.
El dolor seguía de intensidad moderada. Las llamadas de familiares y amigos
entraban constantemente, preguntando por el estatus. Esa tarde, mis bellos
padres a quienes íbamos a convertir en abuelos por quinta vez pero que sentían
la misma emoción y nerviosismo de abuelos primerizos, pasaron a llevarnos un
asopao. Como en las noches anteriores no había podido dormir, y recomendados
por esos mismos abuelos experimentados, cogimos una siesta de 8:00pm a
medianoche. A esa hora ya las
contracciones se habían tornado más dolorosas y constantes, cada 5-15 minutos,
y tuve que despertar a Jorge porque no podía estar acostada. Hice por varios
minutos el movimiento de “pelvic rock” en la cama pero decidimos continuar la
travesía de películas de comedia para relajarnos. Cerca de las 3:00AM, ya
viendo la segunda película, se me detuvieron las contracciones. En medio de la
decepción de pensar que todavía no estábamos cerca de recibir a nuestro niño,
buscamos en internet y encontré que a muchas mujeres le había pasado eso mismo horas
antes de tener las criaturas en sus brazos. También recordamos las clases de
parto y el término de “Natural Alignment Plateau”. Nos tranquilizamos y seguimos viendo la
película.
Por fin llegaron de
nuevo las contracciones, y esta vez, con mucha intensidad. Mi cuerpo entró en
una etapa en donde quería expulsar todo y tuve que ir al baño varias veces. En
ese momento, expulsé también el tapón mucoso porque las secreciones tenían
betas de sangre. Probablemente ahí fue que también rompí fuente pero entre
tanto toilet, duchas y baños en agua con sal y minerales, no nos percatamos.
Suerte que me había pasado la tarde comiendo asopao porque ya a estas alturas
no tenía tanto apetito, como quiera, me obligué a comerme un sándwich. Ya las
contracciones no me dejaban estar derecha así que aprovechamos para darle uso a
la bola gigante de yoga que por tanto tiempo esperaba a ser usada. La usé una y
otra vez para recostar mi cabeza y hombros en ella mientras movía las caderas
al ritmo de esas punzadas intensas que se apoderaban de mi vientre. En ese
momento recuerdo haber pensado que esas ondas que venían y se iban no tenían
sólo un pico, eran dobles, cuando parecía haber empezado a disminuir el dolor
de la primera contracción, llegaba la segunda y era más intensa todavía. Ya
estaban completamente regulares y rítmicas. Ya no dudábamos que el proceso
había comenzado. Así estuvimos dos
horas, hasta que logré convencer a Jorge, quien estuvo atrasando cada vez más
nuestra partida hacia el hospital, de que era hora de irnos. De salida del
Viejo San Juan, me bajé corriendo al videoclub para dejar las películas.
De camino al
hospital me dieron 2 ó 3 contracciones. Se nos olvidó avisarle a doctora que
nos atendería pero si avisamos al grupo. Llegamos a las 6:15am a la sala de
parto. Cada enfermera, al recibirnos, lo primero que nos preguntaba era si
estábamos para una inducción. No sé cuántas veces dijimos que no, que yo estaba
de parto y que había comenzado de forma natural. Le explicábamos que llevábamos
varios días en esto y que sabíamos que estaba de parto activo. Ellas, con voz
tajante y como si superan más que yo de mi cuerpo, respondían: “Tenemos que
verificar primero para ver si la admitimos”. Cuando la enfermera- cuyo cuerpo y
manos eran bien grandes- verificó estaba en casi 6 centímetros dilatada pero el
cuello del útero completamente blando. Me comentó que, según su experiencia, en
par de horas ese bebé iba a estar fuera. Sinceramente, esto me alivió mucho
porque entre el toilet y el lavamanos del baño del hospital, el tiempo pasaba
bien lento. Ya estaba amaneciendo y desde ese mismo baño podía ver estudiantes
caminando por la pista de la UPR hacia sus salones. Estaba sola porque Jorge
estaba tramitando los documentos de la admisión, lo que hizo que el tiempo
pasara más lento todavía. Ya las contracciones estaban bien seguidas, cuando me
conectaron a las odiosas máquinas, fue que comenzó la pesadilla para mí.
Habíamos pedido el monitor portátil para estar menos atada a la cama pero como
quiera lo que me molestaba eran todos los cordones (IV, correa de
contracciones, correa de corazón del feto) que tenía atado a mi cuerpo y, para
colmo, tenía que cargar ese monitor como una cartera. Traté de que esto no
limitara mi movimiento pero tuve que estar pendiente a que el suero ni los
otros cables se salieran. Si esto no fuera poco, en una de las tantas visitas
de las enfermeras para ofrecerme medicamentos para el dolor -“Califica tu dolor
de 1 al 10” preguntaban (Yo siempre decía 6 para que no me molestaran más)-, la
misma que anteriormente me había dicho que mis contracciones no estaban tan
altas, me dijo que esa misma máquina de monitorear las contracciones no servía.
O sea, uno de los tantos cables que me ataban no tenía uso.
Como si estuviera
esperando a Jorge, justo cuando él llegó, empecé a experimentar algo nuevo
durante las contracciones que ya estaban cada dos minutos. Me dio escalofríos,
temblor, náuseas. La doctora que llegó a atendernos, lo primero que nos dijo
cuando le resumí todo lo de la mínima intervención posible de nuestro plan de
parto fue: “Y yo que me venía comiendo la carretera para dejar a mi hija en la
escuela”. Lo único que recuerdo de ella son esas sínicas palabras de bienvenida;
que minutos después, al hacerme el examen pélvico, me dijo que estaba
completamente dilatada (como a las 8AM) y yo contesté “Lo sabía!” con mucha
emoción; la conversación que tuvimos cuando me quiso romper la bolsa (que ya
estaba rota y no lo sabía) y yo le dije que los niños que nacen en el saco son
niños afortunados; que le dije que no tenía ganas de pujar y me dijo que iba a
estar afuera que le avisara cuando me dieran ganas de pujar; que cuando me
decidí a pujar ella se estaba tomando un café y; por último, la discusión que Jorge,
más que yo, tuvo para que no me hiciera una episiotomía. Como pueden notar,
todos son recuerdos negativos.
Por suerte, la
profesora de la clase de maternidad del Recinto de Ciencias Médicas y sus estudiantes
visitan la sala de parto de ese hospital los jueves en la mañana. La profesora
nos ayudó mucho a los dos, sirvió de intermediaria con el personal médico, me
sugirió posiciones y masajes, y su voz (no recuerdo su cara porque no tenía los
espejuelos puesto) fue una muy dulce que nos acompañó y nos guió en esa última
hora y media antes de la llegada de Santiago y en la lactancia cuando nació. Mi
transición fue eterna, ya estaba completamente dilatada pero no tenía ganas de
pujar todavía. Fueron unas contracciones que me hicieron romperme la bata- por
el calor y porque no quería tener nada tocándome el cuerpo, en este momento odié
aún más todos los cables que me rodeaban-, recostarme en el espaldar de la cama
sin dejar de mover mi pelvis y gemir por una hora! Juraba que esta etapa, a más
tardar, duraría tan solo 20 minutos. Las enfermeras al ver mis nalgas desnudas
me trataban de tapar. Entre contracciones,
me volvía el frío y tenía náuseas.
Por fin, sentí
deseos de pujar y se lo avisé a mi equipo. Salieron a avisarle a la doctora
quien tardó en entrar porque estaba tomándose un café. Luego de dos pujos en
vanos pues estaba concentrando la fuerza en la cara y no en la pelvis, Santiago
salió a los tres o cuatro pujos después, eran las 10:18AM. Nunca se me va a
olvidar la cara de Jorge y sus ojos llorosos con el bebé en sus brazos. La
profesora de maternidad me ayudó a pegarme a Santiago tan pronto salió y esto
fue clave para lograr una lactancia exclusiva exitosa.
Recuerdo las
energías con que salí a recibir a mi familia, las ganas de contarle todo a mis
hermanas y lo feliz que me sentía porque todo salió bien, salió como habíamos
planificado y salió de la manera más saludable posible. Santiago desde que
nació estaba gritando, despierto y con muchas ansias de vivir. Sentí un inmenso
poder y mucha alegría de ser mujer, me sentí agradecida de haber confiado
completamente en mi cuerpo y en haber absorbido la tranquilidad y solidaridad
de mi esposo, quien me ayudó a velar por mi bienestar y el de Santiago durante
todo el proceso.
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